viernes, 23 de abril de 2010

Mi pie izquierdo



“Estos güeyes se bailan hasta las noticias” solía decir un amigo, cuando una pareja se quedaba sola en la pista del “Canto de las sirenas”. Bar donde trabajábamos, yo como músico y él de dueño respectivamente. La pareja apenas notaba que la canción que bailaban unos segundos antes, ya había mutado de una rica salsa a una balada-rock. Decisión arbitraria de la sonora tocadiscos, aparato fascista y falto de tacto con el qué alternábamos los músicos entre descansos.
Todos sabíamos que quién osara mancillar la pista con tan atravesado y ridículo baile, no trataba de olvidarse del estrés, o impresionar a su pareja con sus conocimientos de salsa o son, ritmos, a decir de los que saben, son poesía pura del lenguaje corporal. No, no; estos valientes tenían otros planes menos exquisitos, pero más prácticos según su agenda.
Dotados con dos pies izquierdos, las parejas menos afortunadas en los menesteres dancísticos tienen que recurrir a otros dones, como el arte oral. Es decir, hablar hasta que las palabras bailen mejor que los pies. Pero como acortar la distancia que las palabras no pueden franquear, cuando su deseo está puesto en dirección de la cintura de la presa. Es ahí cuando deciden saltar a la pista, seguros de ser camuflados por un mar de cuerpos más diestros en este otro lenguaje. Hasta que la canción se termina y, una vez qué el tiburón ha olido la sangre, no puede parar hasta devorar a la presa. No les queda más qué quedarse en la pista, ofrendar su ridículo al objeto del deseo y aferrarse a su cintura, dulce tabla de salvación en la que esperan naufragar más tarde.
“Valió la pena, lo que era necesario para estar contigo amor…[ ] suena Marc Anthony en los altavoces y la música me trae de regreso a la fiesta a la que me arrastró un amigo cual preso político camino al garrote vil. Al llegar y no reconocer a nadie, pensé que sería una de esas noches apestosas en las qué terminaría hablando con un perfecto extraño acerca del clima, o futbol, tópicos que a un neurótico cronopio como yo, no pueden causarle otra cosa que dolor de cabeza. Quizá pasaron sólo diez minutos desde que llegamos, pero yo ya había dejado la paciencia en el cenicero. Estaba apunto de largarme pero así, sin más, fui asaltado por una sentencia de Yukio Mishima: “ El amor es buscar y ser buscado al mismo tiempo”. Ahí estaba; era Violeta, siguiéndome con su mirada como un scanner de lente azul. Mientras me acercaba a ella, la veía moviéndose al compás de la música. Por un momento entré en pánico, seguramente después del saludo y la plática informal ella querría bailar, y mis pies izquierdos no venían preparados para la ocasión.
Vaya que se veía hermosa, tenía muchos meses que no la veía y, aún no sé por qué pero, siempre que rompes con alguien, enseguida se pone buenísima y tú, te pones panzón. Rodrigo, qué hacía mucho se había perdido entre la gente so pretexto de ir por unos driks, regresó con una rubia a la qué después de abrazar tímidamente, nos presentó como su compañera de trabajo. Para entonces, Violeta ya me había contado sin proponérselo, lo bien que le había ido sin mí, y yo, lo mucho que la extrañaba. Mientras ella hablaba, yo sólo podía pensar en cómo acercarme más, cómo abrazarla, tener su boca aún más cerca y, estoy seguro que Rodrigo hacía lo propio con la rubia.
Al parecer, la boca de Violeta no sería el único déjá vu que tendría esa noche. Los dos primeros compases de “La cita” canción de Galy Galiano fueron suficientes para que ella y yo encontráramos el momento que habíamos estado buscando, al igual que Rodrigo, la rubia y el resto de beodos que sobraban en esa fiesta. No sé cómo, pero recordé algunos pasos con los que los parroquianos del Canto de las sirenas pulían la pista. Violeta me miro sorprendida por unos segundos, - ¡qué sorpresa, bailas¡ ¿por qué nunca lo habíamos hecho? - Yo sólo la miré, intentando no pensar si realmente lo hacía bien, Rodrigo por su parte, trataba de seguirle el paso a la rubia, que dicho sea de paso bailaba tan horrendo como mi amigo, pero nadie estaba poniendo atención excepto yo. Improvisé una vuelta como pude, la boca y el cuerpo de Violeta quedaron tan cerca como lo deseaba. Mis cinco sentidos estaban con ella, no había nada, o nadie más, tanto, que no me dí cuenta en que momento terminó la canción. De pronto, Rodrigo, la rubia, Violeta y yo, bailábamos una quebradita a ritmo de vals. La gente no pudo contener algunas risas que nos sacaron finalmente del trance. No hubo beso en ese momento, al menos para mí, sino hasta que nos despedimos ya a solas. Rodrigo con mucho más suerte, abandonó la fiesta junto con la rubia unos minutos después de nuestro ridículo.
No he dejado de escuchar salsa desde ese día, me pregunto cuantos pequeños ridículos se han ofrendado al respetable en nombre del amor. Rodrigo y yo lo sabemos, un mal paso vale tanto como mil palabras.
Israel Junahan
23/04/10

lunes, 12 de abril de 2010

There, There...






Lo ví llegar al café armado con una flor, confiado, quizá algo nervioso. Tomó un silla y se sentó con el par de chicas que llevaban ahí desde hacía por lo menos treinta minutos cuando me senté en la mesa justo atrás de la suya. El muchacho abrazó a una de las chicas y sólo hasta entonces decidí quedarme un rato más. El tipo, de tanto en tanto la besaba, jugaba con su cabello, le preguntaba muchas veces más que el mesero, si se le ofrecía otro café, y cuando le decía “te quiero” ella le sonreía sin muchas ganas. Miré mi reloj, ya era un poco tarde así que pagué y me fui pensando en lo que había visto y escuchado.
Cuarenta minutos antes, pensé mientras me sentaba, qué las chicas frente a mi mesa eran guapas y si no fuera por que ya tenía una cita seguramente intentaría sacarles el teléfono. Las mesas estaban muy cerca y escuchaba perfectamente lo que hablaban. Pedí una café, y saqué mi libro para matar el tiempo en lo que llegaba mi pareja. Comencé a leer pero no podía concentrarme, la plática de las chicas frente a mi me distraía, y terminé de manera clandestina e involuntaria escuchando la conversación. (Amiga 1) ¿Y cómo vas con tu novio? (Amiga 2) Pues… (gesto de hartazgo) Pensaba terminar con él hoy, pero fue una sorpresa encontrarte aquí así que lo dejaré para cuando me lleve a mi casa. La verdad es qué él está muy enamorado, y yo no veo la hora de mandarlo al carajo. Le dije que sí, porque estaba aburrida y no parecía mal tipo, pero ya pasaron dos meses y yo ya me aburrí. (Amiga 1) bueno… a mi no me gustaba para ti, y qué bueno que me dices que ya te fastidió porque me parecía incluso hasta un poco naco. (Amiga 2) ja, ja, ja, sí, y además lo tiene chiquito… Estaba a punto de salir a fumarme un cigarro cuando llegó el infeliz enamorado, sonaba como música de fondo Sweet Surrender de Sarah McLachlan. Los escuché quizá diez minutos, pero entonces recibí una mensaje en el celular: “ya no me esperes en el café, nos vemos en el bar de siempre, me encontré con una amiga y quedamos de vernos allá” pagué mi cuenta y salí del café.
Mientras caminaba al bar (ya que quedaba sólo a un par de cuadras) ví una florería y pensé que sería mejor no comprar una flor para mi chica. Junto a la florería un niño intentaba impresionar a sus amigos haciendo una pirueta con su bicicleta en el filo de la banqueta, se notaba que tenía miedo pero igual arrancó veloz. Justo en el momento en que iba a estamparse con el piso, en la esquina de la calle junto al bar al que yo iba, un coche zigzagueaba peligrosamente, seguramente el conductor estaba ebrio. En la florería una señora recibía el cambio del billete con que había pagado las rosas que seguramente adornarían su mesa de centro. Soltó por unos segundos a su hijo (ya que con la otra mano estaba cargando unas bolsas), cuando estiró el brazo para tomar a su hijo nuevamente, el niño ya había caminado unos pasos y había bajado la banqueta.
El tipo del coche avanzó hacía el pequeño pero en el último momento dio un volantazo y lo esquivó para irse a estrellar en el poste que estaba también a unos metros de los niños que jugaban con sus bicicletas; una patrulla que pasaba por allí se acercó al coche accidentado. Todo sucedió en menos de treinta segundos. Después de la impresión, me tomé un momento para recuperarme y seguí caminando hacia el bar (nunca me ha gustado quedarme a ver un accidente si no hay nada que pueda hacer). Pensé que nunca mejor que ahora me vendría muy bien una copa, y dado que mi novia estaba con una amiga, dejaría el tema de terminar con ella para otro día.
Nada hay como la certeza del paso siguiente, estoy seguro de que existe; sin embargo esa certeza gira vertiginosa, inasible, porque, siempre ha sido sólo un engrane en la maquinaria del reloj que trae el mundo en la muñeca. Para nosotros la ilusión de seguridad se esfuma en un giro del engrane y lo llamamos destino o accidente. Gira la manecilla. (Click) me siento en lo que es para mí una mesa cualquiera, (clank) entra al bar el infeliz enamorado. (click) El niño de la bicicleta brinca a la banqueta y la señora con el bebé tiene un descuido. (clank) el borracho del auto zigzaguea . (click) tú y yo… somos como dice Thom Yorke, accidentes esperando ocurrir…
Israel Junahan
12/04/10

sábado, 9 de enero de 2010

Abracadabra





Las palabras son bisturís, balas, fractales, y yo me he diseccionado, me han acribillado, y me he visto repetido mil veces en ellas. A veces, también, son como el humo que distrae al espectador mientras el mago prepara el truco, o el velo que cubre la cara del sentenciado a muerte; no es que la palabras te traicionen, es que funcionan en cualquier circunstancia. Por eso, no siempre se bien a bien cuando miento frente al espejo o cuando digo la verdad. Lo que si sé es que me gustaría conocerlas a la perfección, extraer el sumo mágico de su pleno dominio. Si así fuera, supongo que podría hablar en hechizos, cantar sin proponérmelo, dictar nuevas reglas, actuar y dirigir el mundo que me rodea con sólo abrir la boca.
Y es que hacemos que todo exista si lo define una palabra, o desaparece si nadie lo vuelve a nombrar. Así que decido no volver a nombrar los malos momentos, pero descubro qué alguna vez esos momentos fueron palabras y, tratar de olvidarlo es como meterse a la jaula de King Kong a cepillarle los dientes sin haberlo anestesiado. Por eso hay que andarse con cuidado al nombrar cosas como “rencor” o “tristeza”; no se puede despojar a la imagen de la palabra por que injerta en trauma, y no hay quien lo saque del “maniquiur” sin su respectiva hora de barra libre con el loquero.
Cómo no pensarlo si con las mismas palabras que se escribe un poema se puede redactar una amenaza, o con la misma facilidad se puede encontrar en cualquier diario la noticia del salvamento de una ballena y la noticia de una bomba que cayó en Bosnia matando a diez familias. Lo cierto, es que las palabras están cargadas de magia, de poder, y hay quien sin pudor alguno las mal gasta, las empobrece, las hace producto a granel en cualquier maniqueísmo político o en cualquier noticia de segunda plana.
Así que para curarme de los noticiarios leo a los viejos alquimistas Borges, Cortazar, Wild, Dylan, Sabines, Calvino, y encuentro hechizos poderosos contra la tristeza, y la estupidez. Sin embargo busco algo más que curarme; busco encontrar la piedra filosofal que hay tras sus palabras, lo cual, se antoja tentativa de suicidio pero, si uno va a morir por algo qué mejor que sea en las fauces de estos monstruos.
Con más pena que gloria, aún recibo algún que otro manotazo de bestias dientonas, como la soledad o la indolencia cuando no hay otro remedio que entrar en la jaula, pero también hay que nombrarlas para saber contra qué se está luchando, y saber si a la bestia le es urgente una “inserción de la muela del juicio”, y entonces hacer uso de palabras restringidas para medidas extremas como “olvido”.
Olvido... es una palabra muy fuerte. Yo sigo en cama desde la última ves que la pronunciaste para mi. Recuerdo que lo dije todo, incluso lo que no debí decir, pero no sirvió de nada, cerraste la puerta y después silencio… silencio que dura hasta hoy. Está amaneciendo, y los pájaros presumen que son los primeros en levantarse de la cama, qué ganas de silbarles que no duermo hace un mes, esperando saber cuál es el truco del olvido, preguntándome por qué no se acaba el humo…
Israel Junahan
09/01/2010

jueves, 24 de septiembre de 2009

INNER ODDYTY





Últimamente no soporto a la gente, no sé si sea intolerancia o una simple etapa , lo que si sé, es que entre mis demonios internos y esta aversión a la compañía, las odiseas internas se han vuelto más frecuentes y necesarias en busca de salud mental. Supongo que esto es a lo que llaman Tener algunos cadáveres en el closet”; a los que por cierto, oigo de vez en cuando empujando la puerta y cantando todos juntos: “soplaré, soplaré y tu felicidad derribaré”. Así que me escondo, ya sea a la luz de un libro, o en un recuerdo cálido del que nunca hablo para mantenerlo en secreto, y sentirme a salvo en estos casos pero, estos fantasmas le han aprendido algo a mis obsesiones y es: a no darse por vencidos, así que siempre me encuentran. El asunto es qué: estas pesadillas con ínfulas de recuerdos y rencores amargos, tienen más fuerza de voluntad que yo. Sin embargo no puedo odiarlos, son mis hijos yo los he alimentado, y por supuesto les he dado una habitación confortable, donde ni siquiera, mujeres con grandes tetas y corazones fríos encontraron guarida; lo que ya es mucho decir, por que tales rencores y dolencias no nacieron en mi negro corazón, yo sólo los he hecho más fuertes.
Ya lo decía mi viejo papi: “Guardar rencores, es como jugar a la ruleta rusa con mas de dos balas en el cargador”, así qué enfundo una vez más el arma, y me prescribo soledad para alejarme lo más que pueda del salón de apuestas, esperando que mis fantasmas se entretengan jugando pocker con mis absurdos.
Evoco los recuerdos más lejanos de qué tengo memoria (me acompaña un arrullo que he hurtado del Café Tacuba): las salidas de campamento en la secundaria, las platicas con mamá, mi primera novia, mis hermanos intentando por enésima vez hundir mi cara en el pastel de cumpleaños; pero hasta acá han llegado mis rencores, y me hacen preguntarme si hay vida en Marte, y si algún microbús sale a esta hora para allá.
Que ganas de flotar cinco minutos en el espacio en medio de la nada, alejado de todos y de todo ahogando rencores y recuerdos dolorosos, en el estruendoso y solitario sonido de mi corazón. Como el mayor Tom de Bowie, en Space Oddity , contemplando desde la atmósfera nuestro planeta cansado, añil, sobreviviente. Cómo no imaginarlo, si paso cinco minutos al día allá arriba, con los pies bien plantados en el la luna, curtiendo saleas de tristezas, haciendo suéteres con ellas para no pasar frío. Esforzándome por justificar lo que hace regresar al closet a estos cadáveres, lo que me hace levantarme de la cama como un Lázaro incrédulo y delirante día a día.
A veces parece que el espacio exterior y el interior son de iguales dimensiones, y la odisea interna se antoja tan extensa y peligrosa, que hacen falta herramientas más poderosas que la intuición para no perderse.
Antenoche, vagabundeando en una de esas odiseas interiores, recordé una cita de Italo Calvino, poderosa, alquímica, que sin duda servirá para deportar algunos demonios al closet, es la reflexión de Marco Polo en su conversación con Kublai Jan en Las ciudades invisibles (Ed. Minotauro, Buenos Aires): "" El infierno de los vivos no es algo que será; hay uno, es el que existe ya aquí, el infierno que habitamos todos los días, que formamos estando juntos. Dos maneras hay de no sufrirlo. La primera es fácil para muchos: aceptar el infierno y volverse parte de él hasta el punto de no verlo ya. La segunda es arriesgada y exige atención y aprendizaje continuos: buscar y saber reconocer quién y qué, en medio del infierno no es infierno. Y hacerlo durar, y darle espacio""
Trato pues, en medio de este exilio auto impuesto, saber quién y qué, dentro y fuera de mi no es infierno, para hacerlo durar y darle espacio…
Israel Junahan
25/09/09

miércoles, 8 de julio de 2009

And Nobody Knows…



Siempre me ha gustado pensar que nosotros hacemos nuestro destino, sin embargo, me intriga terriblemente lo que se esconde tras el azar y la suerte. Mundos que si bien son intangibles, también son inherentes a nuestra vida (quizá indispensables). “Es por eso que él, “si yo hubiera” , en el plano del azar y la suerte, no existe”.

Esto lo sé, porque una mañana fría de hace un par de meses, Sandra escucho por primera vez Her morning Elegance de Oren Lavie, en el taxi que la llevaba a la oficina (ya que el estéreo del coche no captaba otra estación que la que estaba sintonizada), y el chofer no era precisamente un buen conversador. Nunca he creído que una canción te arregle la vida, pero a Sandra, el tema le pinto una sonrisa color esperanza el resto del día.

La noche anterior pero 14 kilómetros al oeste, Yvan recibió el video de la misma canción en un correo que un amigo le mandó (un segundo antes de que la lluvia provocara un apagón en la colonia y fuera lo último que hiciera esa noche en la PC). A Yvan le gustó tanto la canción y el video, que tardo más tiempo de lo que debía en cargarlo a su Ipod, provocando que saliera muy tarde a trabajar, y tuvo que tomar un taxi, (el autobús que debió tomar se quedó sin frenos y chocó contra un camellón. El lugar que ocuparía Yvan quedó destrozado).

En medio del tráfico, sus taxis estuvieron lado a lado, incluso por un par de segundos cruzaron sus miradas y los dos sonrieron mutuamente (quizá influidos por el buen ánimo de la canción de Oren Lavie que escuchaban en sus respectivos transportes) pero afortunadamente el nudo que les impedía moverse (a causa del accidente de un autobús del transporte público) por fin cedió y se alejaron cada cual a su destino (sin saber que trabajaban a sólo una calle de distancia uno del otro).

Llegar tarde fue inevitable, y tanto Sandra como Yvan se lamentaban, “…si hubiera salido más temprano…” Cinco horas mas tarde, Sandra salió a comer un poco deprimida por el regaño recibido a causa del retraso matinal, y pensó comer algo rico para pasar el trago amargo, así que decidió ir al restaurante de la esquina; que aunque un poco caro, ese día resultaba una buena ocasión. Yvan por su parte, no hubiera querido salir a comer para adelantar un poco del trabajo que tenía retrasado, pero ya había quedado conmigo de comer en un restaurante a una cuadra de su oficina, en el cual ya lo esperaba. Como siempre, Yvan llegó tarde, pero igual lo recibí con un abrazo sin hacer mucho caso a su falta. Una mujer que ya llevaba un rato esperando su cuenta decidió no esperar más al mesero e ir al tocador, pagaría cuando regresara; en ese momento la música de fondo del restaurante sonó discretamente con una canción: Her Morning Elegance. Yvan caminaba rumbo al tocador, Sandra salía del mismo, Oren Lavie cantaba, …And she fights for her life, As she goes in a store, With a thought she has caught, By a thread, She pays for the bread, And She goes... Nobody knows…

Sandra caminaba con la mirada baja al igual que Yvan, pero al escuchar la tonada no pudieron evitar levantar la cabeza en busca de las bocinas, sus miradas se cruzaron por segunda vez en el día. Se escuchó al unísono un “ hola ”, después Sandra preguntó ¿te conozco?...

Hoy por la mañana, me esguincé un tobillo corriendo al autobús para ir al trabajo, pero no me quejé, porqué mientras subía maltrecho al camión, escuche una rola que me recordó que tenía que comer con unos amigos que se conocieron en ese restaurante que está cerca de mi oficina, para festejar dos meses de noviazgo. Estuve a punto de lamentarme, …si hubiera salido más temprano… pero puede ser que el día no termine tan mal, después de todo …uno nunca sabe…

Israel Junahan

8/o7/09

miércoles, 8 de abril de 2009

POSSESSION






- Un hombre solitario se levanta una mañana; se asoma a la ventana para espantar un poco ese vacío en el que se ahoga, de pronto te ve pasar. Tu no lo sabes, pero te sigue con la mirada hasta que desapareces al doblar la esquina. Él se queda pasmado, como si hubiera visto caminando frente a sus ojos la esperanza que creyó le había sido negada. A la mañana siguiente, prepara un té y espera ansioso que vuelvas a pasar frente a su casa. Para ti este día luce como cualquier otro mientras caminas a la parada del autobús. Una vez más no lo notas, pero el está ahí, aunque ahora a decidido seguirte. Las semanas subsecuentes, la rutina se repite. Para ti el mundo es el mismo, para él eres su más grande amor. Jamás entendió como amar a alguien, y quien lo intentó, decidió alejarse sin arrepentimientos. El hombre jura que cuando te pueda abrazar, lo hará tan fuerte qué se llevará tu aliento, para cuidarte por siempre, para no abandonarte y que no lo abandones jamás. Antes de intentar acercarse a ti te ha mandado una carta, te aterras, lloras y te preguntas ¿Porqué a mi?, haces tus maletas, y sales corriendo de casa pensando qué, “Nunca imaginaste huir del amor” -.

Esta historia se anidó rápidamente en mi imaginación, mientras Sara Mclachlan cantaba “Possessión” en el estéreo del coche, creí sentirme a salvo de un acto tan esquizofrénico. Pero después me di cuenta qué sin llegar a ese extremo, en algún momento de mi vida he sido un tanto posesivo. Desde luego no quise matar a nadie, pero tampoco hubo final feliz; entonces empecé a rascar un poco más hondo y recordé qué, cuando era niño me gustaba coleccionar cosas: desde frijoles de colores, hasta cajetillas de cigarros de todas las marcas. En ese tiempo, no buscaba entender la razón por la cual me gustaba almacenarlas, lo único que sabía era que me gustaban sus formas y colores, y qué quería tenerlas todas. Después de todos estos años, pienso que esta obsesión por coleccionar, no se debía tanto al hecho de almacenar todo cuanto llamaba mi atención, ó de sólo de contemplar su belleza, sino de poseerla, de formar parte de ella.

Quizá por eso, me gustó tanto el libro “El Perfume” de Patrick Süskind, en el qué un pueblo entero perdido en el paroxismo de los sentidos, terminan por cometer un acto de canibalismo con una cortesana y su protagonista.

En la película de Eliseo Subiela “El lado oscuro del corazón, Oliverio (personaje principal de la cinta) dice: - “El amor”. ¿Cómo amar sin poseer? ¿Cómo dejar que te quieran sin que te falte el aire? Amar es un pretexto para adueñarse del otro, para volverlo tu esclavo, para transformar su vida, en tú vida, ¿cómo amar sin pedir nada a cambio, sin necesitar nada a cambio?-

Supongo que nada es tan oscuro como pretextar amor, para justificar el titulo de propiedad sobre el objeto de nuestro afecto. De repente me siento algo culpable, y trato de fingir que no es tan grave, pero no hay nadie aquí, y ciertamente, a quien hice en su momento victima de mi esquizofrenia moderada tampoco, como era de esperarse. Miro la foto de mi pareja, y pienso que al menos por esta vez tengo otra oportunidad.

Por cierto, no me ha llamado… ¿qué carajos estará haciendo?


Israel Junahan

08/05/o9

lunes, 2 de marzo de 2009

construçäo



Salí a caminar tratando de encontrar en el caos de las calles un poco de inspiración que la paz de mi casa no me ofrecía, para buscar (si no el hilo negro), la razón para escribir algo que valiera la pena. Los primeros diez minutos me tropecé con las mismas calles, la misma gente, el ruido y los olores que hubiera podido imaginar en la fotografía de esta ciudad que me acompaña a todos lados; incluso dentro de mi hogar, y me pregunté si había valido la pena salir. Dos pasos después de la pregunta clave, resolví regresar a casa. Me llevé las manos a la cara y despabilé mis ojos con un suave tallón para terminar mirando al cielo en señal de fastidio; abrí los ojos sin bajar la cabeza, y de pronto, encontré lo que estaba buscando.

No era una historia, o una canción; mejor aún, encontré una lección. Había, a unos cuantos metros de mi un edificio en construcción, de ladrillos rojos y grandes andamios colgados de ventanas sin terminar. En uno de los andamios, estaba un albañil desayunando solo y leyendo un libro pequeño que mi corta vista me impidió saber de qué libro se trataba. La imagen me remitió a esos años en los que trabajé haciendo instalaciones eléctricas para un contratista, papá de un amigo. Recuerdo qué, cuando llegaba la hora de comer sacaba mi libro, un sándwich y me alejaba lo más que podía del edificio para no ser molestado por el ruido. Más de una persona volteó a verme con curiosidad, debido a mi ropa de trabajo: andrajosa y llena de polvo, pero con un libro en las manos.

No sé que tipo de historias se pudieron tejer en la imaginación de la gente ante la pintoresca imagen que daba, con mi ropa sucia y mi libro, pero supongo que las hubo. Lo creo, por que cuando vi a aquel albañil, lo imagine en unos años rememorando sus lecturas trepado en ese andamio. Con una vida, no sé que tan diferente, pero si satisfactoria. En algún momento, mientras pensaba todo esto, mi departamento de efectos especiales trajo a esta escena la canción de Chico Buarque (construçäo). Chico, nos cuenta de manera espectacular y usando las mismas palabras, cuatro historias diferentes a partir de un mismo hecho: Un albañil, sale de su casa, llega a la obra, trabaja, come, y al final del día, termina muerto.

Es ahí cuando la lección tuvo sentido: la vida se parece mucho a la canción de Chico Buarque; es decir, la vida está hecha de las mismas palabras pero con finales diferentes. Lo que voy a escribir, quizá ya se ha escrito, pero no con mis palabras, por eso vale la pena plasmarlo. Después de todos estos años, sigo construyendo, espero que el final no sea tan trágico como el de la canción, pero si la metáfora que describo resulta cierta, nosotros le damos a nuestra historia el final que necesita y no al revés.

Ahora como buen albañil, permítanme decirle un piropo a la vida... !!!SABROSA!!!