viernes, 23 de abril de 2010

Mi pie izquierdo



“Estos güeyes se bailan hasta las noticias” solía decir un amigo, cuando una pareja se quedaba sola en la pista del “Canto de las sirenas”. Bar donde trabajábamos, yo como músico y él de dueño respectivamente. La pareja apenas notaba que la canción que bailaban unos segundos antes, ya había mutado de una rica salsa a una balada-rock. Decisión arbitraria de la sonora tocadiscos, aparato fascista y falto de tacto con el qué alternábamos los músicos entre descansos.
Todos sabíamos que quién osara mancillar la pista con tan atravesado y ridículo baile, no trataba de olvidarse del estrés, o impresionar a su pareja con sus conocimientos de salsa o son, ritmos, a decir de los que saben, son poesía pura del lenguaje corporal. No, no; estos valientes tenían otros planes menos exquisitos, pero más prácticos según su agenda.
Dotados con dos pies izquierdos, las parejas menos afortunadas en los menesteres dancísticos tienen que recurrir a otros dones, como el arte oral. Es decir, hablar hasta que las palabras bailen mejor que los pies. Pero como acortar la distancia que las palabras no pueden franquear, cuando su deseo está puesto en dirección de la cintura de la presa. Es ahí cuando deciden saltar a la pista, seguros de ser camuflados por un mar de cuerpos más diestros en este otro lenguaje. Hasta que la canción se termina y, una vez qué el tiburón ha olido la sangre, no puede parar hasta devorar a la presa. No les queda más qué quedarse en la pista, ofrendar su ridículo al objeto del deseo y aferrarse a su cintura, dulce tabla de salvación en la que esperan naufragar más tarde.
“Valió la pena, lo que era necesario para estar contigo amor…[ ] suena Marc Anthony en los altavoces y la música me trae de regreso a la fiesta a la que me arrastró un amigo cual preso político camino al garrote vil. Al llegar y no reconocer a nadie, pensé que sería una de esas noches apestosas en las qué terminaría hablando con un perfecto extraño acerca del clima, o futbol, tópicos que a un neurótico cronopio como yo, no pueden causarle otra cosa que dolor de cabeza. Quizá pasaron sólo diez minutos desde que llegamos, pero yo ya había dejado la paciencia en el cenicero. Estaba apunto de largarme pero así, sin más, fui asaltado por una sentencia de Yukio Mishima: “ El amor es buscar y ser buscado al mismo tiempo”. Ahí estaba; era Violeta, siguiéndome con su mirada como un scanner de lente azul. Mientras me acercaba a ella, la veía moviéndose al compás de la música. Por un momento entré en pánico, seguramente después del saludo y la plática informal ella querría bailar, y mis pies izquierdos no venían preparados para la ocasión.
Vaya que se veía hermosa, tenía muchos meses que no la veía y, aún no sé por qué pero, siempre que rompes con alguien, enseguida se pone buenísima y tú, te pones panzón. Rodrigo, qué hacía mucho se había perdido entre la gente so pretexto de ir por unos driks, regresó con una rubia a la qué después de abrazar tímidamente, nos presentó como su compañera de trabajo. Para entonces, Violeta ya me había contado sin proponérselo, lo bien que le había ido sin mí, y yo, lo mucho que la extrañaba. Mientras ella hablaba, yo sólo podía pensar en cómo acercarme más, cómo abrazarla, tener su boca aún más cerca y, estoy seguro que Rodrigo hacía lo propio con la rubia.
Al parecer, la boca de Violeta no sería el único déjá vu que tendría esa noche. Los dos primeros compases de “La cita” canción de Galy Galiano fueron suficientes para que ella y yo encontráramos el momento que habíamos estado buscando, al igual que Rodrigo, la rubia y el resto de beodos que sobraban en esa fiesta. No sé cómo, pero recordé algunos pasos con los que los parroquianos del Canto de las sirenas pulían la pista. Violeta me miro sorprendida por unos segundos, - ¡qué sorpresa, bailas¡ ¿por qué nunca lo habíamos hecho? - Yo sólo la miré, intentando no pensar si realmente lo hacía bien, Rodrigo por su parte, trataba de seguirle el paso a la rubia, que dicho sea de paso bailaba tan horrendo como mi amigo, pero nadie estaba poniendo atención excepto yo. Improvisé una vuelta como pude, la boca y el cuerpo de Violeta quedaron tan cerca como lo deseaba. Mis cinco sentidos estaban con ella, no había nada, o nadie más, tanto, que no me dí cuenta en que momento terminó la canción. De pronto, Rodrigo, la rubia, Violeta y yo, bailábamos una quebradita a ritmo de vals. La gente no pudo contener algunas risas que nos sacaron finalmente del trance. No hubo beso en ese momento, al menos para mí, sino hasta que nos despedimos ya a solas. Rodrigo con mucho más suerte, abandonó la fiesta junto con la rubia unos minutos después de nuestro ridículo.
No he dejado de escuchar salsa desde ese día, me pregunto cuantos pequeños ridículos se han ofrendado al respetable en nombre del amor. Rodrigo y yo lo sabemos, un mal paso vale tanto como mil palabras.
Israel Junahan
23/04/10

lunes, 12 de abril de 2010

There, There...






Lo ví llegar al café armado con una flor, confiado, quizá algo nervioso. Tomó un silla y se sentó con el par de chicas que llevaban ahí desde hacía por lo menos treinta minutos cuando me senté en la mesa justo atrás de la suya. El muchacho abrazó a una de las chicas y sólo hasta entonces decidí quedarme un rato más. El tipo, de tanto en tanto la besaba, jugaba con su cabello, le preguntaba muchas veces más que el mesero, si se le ofrecía otro café, y cuando le decía “te quiero” ella le sonreía sin muchas ganas. Miré mi reloj, ya era un poco tarde así que pagué y me fui pensando en lo que había visto y escuchado.
Cuarenta minutos antes, pensé mientras me sentaba, qué las chicas frente a mi mesa eran guapas y si no fuera por que ya tenía una cita seguramente intentaría sacarles el teléfono. Las mesas estaban muy cerca y escuchaba perfectamente lo que hablaban. Pedí una café, y saqué mi libro para matar el tiempo en lo que llegaba mi pareja. Comencé a leer pero no podía concentrarme, la plática de las chicas frente a mi me distraía, y terminé de manera clandestina e involuntaria escuchando la conversación. (Amiga 1) ¿Y cómo vas con tu novio? (Amiga 2) Pues… (gesto de hartazgo) Pensaba terminar con él hoy, pero fue una sorpresa encontrarte aquí así que lo dejaré para cuando me lleve a mi casa. La verdad es qué él está muy enamorado, y yo no veo la hora de mandarlo al carajo. Le dije que sí, porque estaba aburrida y no parecía mal tipo, pero ya pasaron dos meses y yo ya me aburrí. (Amiga 1) bueno… a mi no me gustaba para ti, y qué bueno que me dices que ya te fastidió porque me parecía incluso hasta un poco naco. (Amiga 2) ja, ja, ja, sí, y además lo tiene chiquito… Estaba a punto de salir a fumarme un cigarro cuando llegó el infeliz enamorado, sonaba como música de fondo Sweet Surrender de Sarah McLachlan. Los escuché quizá diez minutos, pero entonces recibí una mensaje en el celular: “ya no me esperes en el café, nos vemos en el bar de siempre, me encontré con una amiga y quedamos de vernos allá” pagué mi cuenta y salí del café.
Mientras caminaba al bar (ya que quedaba sólo a un par de cuadras) ví una florería y pensé que sería mejor no comprar una flor para mi chica. Junto a la florería un niño intentaba impresionar a sus amigos haciendo una pirueta con su bicicleta en el filo de la banqueta, se notaba que tenía miedo pero igual arrancó veloz. Justo en el momento en que iba a estamparse con el piso, en la esquina de la calle junto al bar al que yo iba, un coche zigzagueaba peligrosamente, seguramente el conductor estaba ebrio. En la florería una señora recibía el cambio del billete con que había pagado las rosas que seguramente adornarían su mesa de centro. Soltó por unos segundos a su hijo (ya que con la otra mano estaba cargando unas bolsas), cuando estiró el brazo para tomar a su hijo nuevamente, el niño ya había caminado unos pasos y había bajado la banqueta.
El tipo del coche avanzó hacía el pequeño pero en el último momento dio un volantazo y lo esquivó para irse a estrellar en el poste que estaba también a unos metros de los niños que jugaban con sus bicicletas; una patrulla que pasaba por allí se acercó al coche accidentado. Todo sucedió en menos de treinta segundos. Después de la impresión, me tomé un momento para recuperarme y seguí caminando hacia el bar (nunca me ha gustado quedarme a ver un accidente si no hay nada que pueda hacer). Pensé que nunca mejor que ahora me vendría muy bien una copa, y dado que mi novia estaba con una amiga, dejaría el tema de terminar con ella para otro día.
Nada hay como la certeza del paso siguiente, estoy seguro de que existe; sin embargo esa certeza gira vertiginosa, inasible, porque, siempre ha sido sólo un engrane en la maquinaria del reloj que trae el mundo en la muñeca. Para nosotros la ilusión de seguridad se esfuma en un giro del engrane y lo llamamos destino o accidente. Gira la manecilla. (Click) me siento en lo que es para mí una mesa cualquiera, (clank) entra al bar el infeliz enamorado. (click) El niño de la bicicleta brinca a la banqueta y la señora con el bebé tiene un descuido. (clank) el borracho del auto zigzaguea . (click) tú y yo… somos como dice Thom Yorke, accidentes esperando ocurrir…
Israel Junahan
12/04/10

sábado, 9 de enero de 2010

Abracadabra





Las palabras son bisturís, balas, fractales, y yo me he diseccionado, me han acribillado, y me he visto repetido mil veces en ellas. A veces, también, son como el humo que distrae al espectador mientras el mago prepara el truco, o el velo que cubre la cara del sentenciado a muerte; no es que la palabras te traicionen, es que funcionan en cualquier circunstancia. Por eso, no siempre se bien a bien cuando miento frente al espejo o cuando digo la verdad. Lo que si sé es que me gustaría conocerlas a la perfección, extraer el sumo mágico de su pleno dominio. Si así fuera, supongo que podría hablar en hechizos, cantar sin proponérmelo, dictar nuevas reglas, actuar y dirigir el mundo que me rodea con sólo abrir la boca.
Y es que hacemos que todo exista si lo define una palabra, o desaparece si nadie lo vuelve a nombrar. Así que decido no volver a nombrar los malos momentos, pero descubro qué alguna vez esos momentos fueron palabras y, tratar de olvidarlo es como meterse a la jaula de King Kong a cepillarle los dientes sin haberlo anestesiado. Por eso hay que andarse con cuidado al nombrar cosas como “rencor” o “tristeza”; no se puede despojar a la imagen de la palabra por que injerta en trauma, y no hay quien lo saque del “maniquiur” sin su respectiva hora de barra libre con el loquero.
Cómo no pensarlo si con las mismas palabras que se escribe un poema se puede redactar una amenaza, o con la misma facilidad se puede encontrar en cualquier diario la noticia del salvamento de una ballena y la noticia de una bomba que cayó en Bosnia matando a diez familias. Lo cierto, es que las palabras están cargadas de magia, de poder, y hay quien sin pudor alguno las mal gasta, las empobrece, las hace producto a granel en cualquier maniqueísmo político o en cualquier noticia de segunda plana.
Así que para curarme de los noticiarios leo a los viejos alquimistas Borges, Cortazar, Wild, Dylan, Sabines, Calvino, y encuentro hechizos poderosos contra la tristeza, y la estupidez. Sin embargo busco algo más que curarme; busco encontrar la piedra filosofal que hay tras sus palabras, lo cual, se antoja tentativa de suicidio pero, si uno va a morir por algo qué mejor que sea en las fauces de estos monstruos.
Con más pena que gloria, aún recibo algún que otro manotazo de bestias dientonas, como la soledad o la indolencia cuando no hay otro remedio que entrar en la jaula, pero también hay que nombrarlas para saber contra qué se está luchando, y saber si a la bestia le es urgente una “inserción de la muela del juicio”, y entonces hacer uso de palabras restringidas para medidas extremas como “olvido”.
Olvido... es una palabra muy fuerte. Yo sigo en cama desde la última ves que la pronunciaste para mi. Recuerdo que lo dije todo, incluso lo que no debí decir, pero no sirvió de nada, cerraste la puerta y después silencio… silencio que dura hasta hoy. Está amaneciendo, y los pájaros presumen que son los primeros en levantarse de la cama, qué ganas de silbarles que no duermo hace un mes, esperando saber cuál es el truco del olvido, preguntándome por qué no se acaba el humo…
Israel Junahan
09/01/2010