sábado, 9 de enero de 2010

Abracadabra





Las palabras son bisturís, balas, fractales, y yo me he diseccionado, me han acribillado, y me he visto repetido mil veces en ellas. A veces, también, son como el humo que distrae al espectador mientras el mago prepara el truco, o el velo que cubre la cara del sentenciado a muerte; no es que la palabras te traicionen, es que funcionan en cualquier circunstancia. Por eso, no siempre se bien a bien cuando miento frente al espejo o cuando digo la verdad. Lo que si sé es que me gustaría conocerlas a la perfección, extraer el sumo mágico de su pleno dominio. Si así fuera, supongo que podría hablar en hechizos, cantar sin proponérmelo, dictar nuevas reglas, actuar y dirigir el mundo que me rodea con sólo abrir la boca.
Y es que hacemos que todo exista si lo define una palabra, o desaparece si nadie lo vuelve a nombrar. Así que decido no volver a nombrar los malos momentos, pero descubro qué alguna vez esos momentos fueron palabras y, tratar de olvidarlo es como meterse a la jaula de King Kong a cepillarle los dientes sin haberlo anestesiado. Por eso hay que andarse con cuidado al nombrar cosas como “rencor” o “tristeza”; no se puede despojar a la imagen de la palabra por que injerta en trauma, y no hay quien lo saque del “maniquiur” sin su respectiva hora de barra libre con el loquero.
Cómo no pensarlo si con las mismas palabras que se escribe un poema se puede redactar una amenaza, o con la misma facilidad se puede encontrar en cualquier diario la noticia del salvamento de una ballena y la noticia de una bomba que cayó en Bosnia matando a diez familias. Lo cierto, es que las palabras están cargadas de magia, de poder, y hay quien sin pudor alguno las mal gasta, las empobrece, las hace producto a granel en cualquier maniqueísmo político o en cualquier noticia de segunda plana.
Así que para curarme de los noticiarios leo a los viejos alquimistas Borges, Cortazar, Wild, Dylan, Sabines, Calvino, y encuentro hechizos poderosos contra la tristeza, y la estupidez. Sin embargo busco algo más que curarme; busco encontrar la piedra filosofal que hay tras sus palabras, lo cual, se antoja tentativa de suicidio pero, si uno va a morir por algo qué mejor que sea en las fauces de estos monstruos.
Con más pena que gloria, aún recibo algún que otro manotazo de bestias dientonas, como la soledad o la indolencia cuando no hay otro remedio que entrar en la jaula, pero también hay que nombrarlas para saber contra qué se está luchando, y saber si a la bestia le es urgente una “inserción de la muela del juicio”, y entonces hacer uso de palabras restringidas para medidas extremas como “olvido”.
Olvido... es una palabra muy fuerte. Yo sigo en cama desde la última ves que la pronunciaste para mi. Recuerdo que lo dije todo, incluso lo que no debí decir, pero no sirvió de nada, cerraste la puerta y después silencio… silencio que dura hasta hoy. Está amaneciendo, y los pájaros presumen que son los primeros en levantarse de la cama, qué ganas de silbarles que no duermo hace un mes, esperando saber cuál es el truco del olvido, preguntándome por qué no se acaba el humo…
Israel Junahan
09/01/2010