domingo, 16 de noviembre de 2008

Demasiado viejo para morir joven


XXXIII


Recuerdo que en la secundaria mientras los demás escuchaban a “Los hombres G” yo, cual bicho raro me sumergía a ratos en los oscuros y ácidos acordes de Jimmy Hendrix así como en la poesía y la mística cadencia de Jim Morrison o en la dolorida y aguadientosa voz de Janis Joplin; música un poco vieja para mi edad, lo sé, pero había algo en ellos que Los hombres G no me ofrecían con su pop digerido y tibio. Después llegó Kurt Kobain qué como Hendrix, Morrison y Joplin explicaban al mundo su tortuoso punto de vista, pero acaso más valioso por el virtuosismo que acompañaba su trabajo, alejándolos de cualquier parentesco con el vulgar movimiento “Emo” de nuestra época o como dijera alguna vez “Charly García”- yo no dije que me iba a aventar de un octavo piso, yo me aventé y salí vivo- (Hendrix, Morrison, Joplin y Kobain saltaron también de un hipotético octavo piso pero cambiaron el resto de su vida natural por un lugar en la historia)

Justo después de la muerte de Kobain, leí varios artículos que hablaban de “La maldición de los veintisiete en el Rock” ¿qué es esto? Pues el resultado de una extraña coincidencia que une a estos grandes de la música en un punto, todos ellos mueren trágicamente en el momento más importante de sus carreras y a la edad de veintisiete años; la noticia me movió sin duda, más aún, tuve una epifanía: -Tenía que morir a los veintisiete-

El pequeño problema es que no podía hacerlo sin haber conocido el éxito y la fama, de no ser así, sólo me convertiría en un vulgar suicida. Disponía de ocho años para dejar un cuerpo en excelentes condiciones y una carrera artística que me asegurara un lujoso mausoleo al lado de estas leyendas. Rápidamente grabé un demo con mis canciones (para entonces no hacía literatura aún) y comencé a visitar disqueras y bares donde presentar mi trabajo. Por muchos años en las disqueras solo encontré negativas y en los bares alcohol, mujeres y drogas; no estuvo mal por un tiempo, pero conforme me acercaba a los veintisiete todo esto de morir joven, tenía ya tufo a fracaso y los dorados olivos que cubrirían mi tumba, se opacaban cada día más sin que llegara el éxito y la fama para poder dejar mi huella en este inmundo mundo.

Sin pena ni gloria llegaron los temidos veintisiete sin haber cumplido cabalmente la meta, sin embargo los ánimos de una muerte prematura aún me esperaban a los treinta y tres como premio de consolación. Jesús murió a los treinta y tres me repetía estoico, cargando para entonces también una incipiente pero pretenciosa carrera de escritor. Con el tiempo fue llegando a mi vida (por desgracia para mi meta), la madurez y con ella las ganas de seguir haciendo lo que me hace feliz por más años qué la adolescente y seductora idea de dormir la eternidad a lado de Hendrix, Morrison, Joplin o Kobain. Cumplidos los treinta y tres, mis deseos no son menos osados pero si más constructivos. Quiero seguir escribiendo por las mañanas después de despertar al lado de la mujer que amo y encontrar sólo los ojos y oídos de quien me quiera escuchar y leer sin importar la cantidad. Salud pues por esos grandes que encontraron la ventana abierta de un octavo piso y decidieron saltar, digamos que ellos tomaron una copa y salieron de la fiesta cuando no acababa aún, a nosotros nos resta terminar con la botella.

Israel Junahan

16/11/08

3 comentarios:

LA ZANCA SALTARINA dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
LA ZANCA SALTARINA dijo...

ahhh... y a mi me gustan los hombres G... jejeje

LA ZANCA SALTARINA dijo...

yo te conocí a tus 27...no eran muy diferentes de como suenas a los 33... de verdad la vida la ves tan complicada?

(quité el anterior porque tenía una falta de ortografía, pero decía lo mismo)